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Escondí tu talento bajo tierra.
A pesar de su aparente «inocencia», la parábola de los talentos encierra una carga verdaderamente explosiva. Sorprendentemente, el «tercer siervo» es condenado sin haber cometido ninguna acción mala.
Su pecado consiste precisamente en «no hacer nada», no arriesgar su talento, conservarlo del modo más seguro posible.
Según Jesús, es una grave equivocación pensar que el hombre da a Dios lo suyo con tal de no cometer ninguna acción mala. Al contrario, el que no se arríesga de manera positiva y creadora a realizar el bien, aunque no viole ninguna ley, está ya defraudando las exigencias profundas de Dios.
El pensamiento de Jesús es claro. Nuestro gran pecado puede ser la
omisión, el no arriesgarnos en el camino del hacer el bien, el contentarnos con «conservar el talento».
Basta recordar un cierto lenguaje «cristiano» para percibir en qué hemos puesto nuestro cuidado. «Conservar» el depósito de la fe, «conservar» la gracia, «conservar» las buenas costumbres, «conservar» la vocación... ¿Es este cristianismo «en conserva» el querido por Jesús?
Nada nos puede excusar de una actitud de pasividad, pereza y conservadurismo. No vale decir que bastante tenemos con «seguir tirando», que apenas hemos recibido en la vida más que un pequeño talento.
Todos estamos recibiendo «gracia». No como algo mágico que se nos da desde fuera y se añade a nuestros esfuerzos, sino como aliento del Oreador que anima toda nuestra existencia.
Renunciar a la creatividad, no arriesgarse a crecer como personas, no comprometernos en la construcción de una sociedad mejor, es
enterrar nuestra vida y traicionar no sólo nuestra propia dignidad humana sino también los designios del Creador.